Podría decirse que Polifotonía es la obra más radical de la autora. En gran medida, es concebida como una pieza de música, pero no es audible. En lugar de sonido, utiliza luz como principal material para desarrollar un discurso, manipulando parámetros que comúnmente son asignados a la música como manejo del tiempo, frecuencia, ritmo, forma, textura, densidad, etc.
La instalación está compuesta por tres estructuras (esculturas) que evocan instrumentos musicales, cada una resaltando una cuerda, un afinador y un parlante. A través del parlante,
una señal de audio excita la cuerda haciendo que se visualice una onda sonora muy simétrica, compuesta por dos antinodos ovalados. Esta onda sonora visible, opera como una especie de lienzo donde se refleja la luz que constituye el principal material de la obra.
El nombre Polifotonía alude al término musical polifonía, múltiples voces, ya que en cada una de las esculturas se desenvuelve una misma pieza que involucra varias «voces» de luz. La composición evoluciona a partir de un estado muy simple, una única onda (voz) de luz, se densifica lenta y gradualmente. A medida que evoluciona la pieza, nuevas voces (ondas) luminosas se incorporan, generando un proceso cada vez más complejo, en el que se producen bellos fenómenos de interacción e interferencia entre las ondas luminosas. Una vez la pieza alcanza un máximo grado de complejidad, regresa gradualmente al principio, repitiéndose a manera de sinfín cada 30 minutos. Las tres esculturas son tratadas como instrumentos de un ensamble, ya que tocan una misma pieza a diferentes frecuencias, lo cual hace que se sincronicen periódicamente en grupos o en tutti.