Durante su carrera desarrolló un estilo propio con el cual se emparentó con una vertiente de la pintura moderna latinoamericana que manifiesta el deseo de retratar la realidad social, de reproducirla tal y como se presenta, sin miedos, tabúes o prejuicios.
Su obra concedió especial importancia a los aspectos problemáticos de la sociedad, principalmente de aquellos que delataban la injusticia imperante en distintos contextos sin abandonar por ello la representación de escenas simples y cotidianas de su entorno familiar o social que en contraste resultaban tranquilizantes.
La artista creía que la pintura no puede limitarse a mostrar la realidad ya que esta ha de favorecer una toma de posición frente al mundo que incite el rechazo frente a lo que revela, que aporte conocimiento o que provoque empatía. Aseveró que “hay que comprometerse de alguna manera”, lo que en sus términos no significaba comulgar necesariamente con una idea política específica sino más bien darse a la tarea de relatar el acontecer con los ojos bien abiertos a todo lo que pasa, con el ánimo aguzado, y mediante la renuncia a la complicidad con el discurso propio para evitar complacencias o saberes supuestos.
Las obras relacionadas con la denuncia social surgen de la realidad urbana de Medellín de las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Con todo, su obra no se cataloga como realista porque en no pocas ocasiones la artista recurrió a la desfiguración y caricaturización de los rostros para producir efectos expresivos. A raíz de este rasgo, además de su pincelada y de la selección cromática de su obra en la que predominan los colores fuertes, los críticos emparentan el trabajo de Arango con el expresionismo, así lo haya visto de modo particular y subjetivo.
La artista reservó en su obra un espacio privilegiado para hacer evidentes las manifestaciones de injusticia social recurrentes en el contexto colombiano como la pobreza, la maternidad y paternidad en condiciones adversas, la violencia, el hambre, la prostitución, la orfandad y el trato inequitativo con las mujeres. En la medida en que Arango se autoimpuso el deber de narrar la realidad de modo crítico se ganó la fama de tener una “mirada de hombre”, una mirada dura y directa a los temas punzantes de la sociedad que no le estaba permitida a las mujeres de la época, tales como implicarse en asuntos políticos o enfrentar actores como la Iglesia católica y los militares.
Del modo que tuvo Débora de narrar la injusticia social llaman la atención el señalamiento que hizo de la pobreza, pues esta puede conllevar la renuncia al derecho del pudor y la idea de que la maternidad en tales condiciones está condenada a la promiscuidad, es decir, al cuidado de los niños que quedan a cargo de todos y de cualquiera, a las difíciles condiciones higiénicas y alimentarias de estos, así como a la clandestinidad durante el embarazo, el parto y la lactancia. Sin ser feminista o quizás adelantándose a este movimiento, la obra de la artista reflexiona sobre las implicaciones que tiene la disparidad en las relaciones de género y concluye que vulnerar a la mujer supone una amenaza para la sociedad, pues la reproducción, la niñez, la administración de lo doméstico y de oficios varios, penden de ella, aparte de que el espacio privado plantea pautas de relacionamiento que se van a reproducir en el ámbito público. De ahí la universalidad de su obra.
Esta exposición da apertura a la nueva Sala D J. Mario Aristizábal, construida gracias a Conconcreto con el apoyo de Lina Correa Mejía.