La llamada “edad de oro” de la fotografía antioqueña (1880-1920) se dio en primera instancia gracias a la férrea vocación de pioneros como Fermín Isaza, Rafael Sanín, Vicente y Pastor Restrepo, Ricardo Wills y Miguel Gutiérrez, pero también como consecuencia de la modernización económica de la región. Este fenómeno contribuyó enormemente a la difusión de las técnicas propias del oficio, pero sobre todo, a que los costos asociados a la producción se redujeran considerablemente. Ello desplegó lo que podríamos definir como una suerte de democratización del acceso a la fotografía, y uno de los personajes que sería fiel prueba de ello es Benjamín de la Calle (1869-1934). Este fotógrafo oriundo de Yarumal logró aportar a la ampliación del repertorio visual antioqueño, debido, entre otras cosas, a la localización central de su taller fotográfico, entre mercado y estación de tren, y a los precios módicos que ofrecía en el voz a voz y en el primer Directorio General de Medellín (1906). Su competitividad en la relación calidad-precio se presentaba seductora para aquellos colectivos de músicos, estudiantes, obreros sindicales, profesores, militares, etc., que requerían dejar registro mayormente conmemorativo de su actividad o conformación. Estas fotografías de grupo no solo dan cuenta de la sociedad e influencias en la que se enmarcan, sino que dejan ver ciertos rasgos de libertad compositiva que dotan de dinamismo a las imágenes, dejando evidencia no solo de aquella colectividad institucional o promocional elaborada para el lente, sino de aquella vida social más espontánea y cotidiana.
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